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Juan Piña y Rodrigo Rodríguez: el grammy de la vieja ola
 

Gonzalo Posada Viana

 

El afortunado y oportuno grammy de la “vieja ola”  otorgado al maestro Juan Piña por su trabajo discográfico “Le canta a San Jacinto” no tuvo la misma suerte en los medios nacionales.



Sólo el día posterior al premio, la prensa registró la noticia, por supuesto sin explicar a fondo lo que representa.  Otro sería el boom y la celebración mediática si el Grammy hubiese sido para la “nueva ola” o peor aún, para ese engendro de la repetición y el sedentarismo mental llamado ‘reguetón’.



Afortunadamente la historia musical de Juan Piña trasciende el desinterés de la prensa. Él mismo ha manifestado ya su resignación por la marginalidad que le han impuesto, no sólo a esta clase de composiciones vallenatas que le mereció el premio, sino al porro, la cumbia, el fandango y el merecumbé que bien supo fusionar y le dieron la fama.



El reconocimiento a las canciones vallenatas recogidas e interpretadas por Juan Piña y Rodrigo Rodríguez, con sabiduría típica y ancestral (y sin algarabía musical ni aspiraciones lucrativas) es una nueva advertencia para la evidente pereza artística de los actuales arreglos musicales.



Si bien es cierto que la letra musical de hoy obedece a una expresión influenciada por realidades más urbanas y menos rurales, no menos cierto es que literaria o narrativamente es un fiasco, y si una canción, especialmente en el caso del vallenato, no cuenta algo, no sirve.



El carácter provinciano del vallenato, que generaba identidad con las historias locales y costumbristas de la Costa Caribe colombiana ha sido desvirtuado por un costal de frases en el que no importa la rima, métrica o narración; lo importante es que encaje en una melodía y que la fuerza de la radio la incruste en el subconsciente.



Ya no es necesario inspirarse, escribir, narrar una historia, hacer versos.  ¡Nada!  Ahora basta con repetir hasta el aturdimiento alguna frase simple: “yo no sé qué me pasa, yo no sé qué me pasa, yo no sé qué me pasa… este disco está rayao y yo no sé lo que me pasa”. O por ejemplo: “la dejé, la dejé, la dejé, la dejé por mala por loca, por loca por mala, por loca”. 

O el último show del silvestrismo: ya no será un hit, ya no sale ya no sale… Ya no será un hit, ya no sale ya no sale… Ya no será un hit, ya no sale ya no sale”, cuya versión original (Calixto Ochoa) tampoco es, a mi juicio, un dechado de inspiración, como él mismo lo dijo en esa canción.



El resto es una orquestación en la que apenas se asoma el acordeón y con la que, acaso, se “pega” un tema musical y se busca publicidad, pero no se le hace culto al auténtico vallenato. Por eso creo firmemente en que tiene mucha más afinidad con el vallenato un porro instrumental que casi todas las creaciones amorfas de la “nueva ola”.

Pero el origen de la debacle no es nuevo ni exclusivo: un antecedente nefasto para el folclor vallenato es el “chancunchá” con el que el Binomio de Oro quiso conquistar el mercado de México y Venezuela iniciando los años 90. Hoy, Juan Piña y el acordeón de Rodrigo Rodríguez demuestran que no era necesaria tanta distorsión y que mientras más auténticos, más universales somos.

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